jueves, 18 de octubre de 2012

Una foto dormido.

Myrna se levantó ese viernes al amanecer.  Salió por la puerta de su habitación al pasillo con paredes muy cercanas entre sí.  Entró al baño, luego de empujar la angosta puerta, con el uniforme en la mano.  Se miró en el espejo sin saludarse y se lavó la boca con pasta de menta blanca.  El aire todavía estaba frío.

Encendió la ducha luego de desvertirse.  El calentador de ducha, con la rabiza enroscada en el tubo de la cortina de baño, causó que la iluminación de la bombilla disminuyera.  Se percató que en el pecho se le alivió un poco de la tensión permanente que sentía en el corazón.  El agua atinaba sus lamentos y frustraciones y por unos breves instantes la bañaba de esperanza y de sosiego.

Vestida caminó por el mismo pasillo, entre bicicletas, zapatos mal ubicados, y los retratos que de vez en cuando el viento tumbaba de las paredes.  Eran retratos de sus tres hijos varones, del esposo que ya no está, y de las sobrinas y hermanas que consolaban su añoranza.

Los zapatos rechinaban contra el piso de terrazo.  Su uniforme pronto le empezaría a abrigar en exceso y entre el temor al calor y la incertidumbre del transporte colectivo, aceleraba el trámite de la mañana para avanzar a meterse en el frigorifico de la carniceria del supermercado donde trabaja hace trece años.

-¡Enrique y Jorge arriba! - gritó antes de llegar hasta la puerta y pegarle exactamente tres manotazos.

Nunca los esperaba hasta que se despertaran.  Jorge de dieciseis nunca despertaba antes de las once de la mañana, y Enrique, el más chico con trece años, apenas y llegaba a la escuela elemental dos o tres veces en semana, cuando mucho.  Se dirigió a la cocina atravesando la sala a oscuras.  Los zapatos de Jorge estaban al lado de la puerta de entrada.

- Yeor no está ma'i - escuchó desde el pasillo a Enrique.

- Quique, dito mi'jo Junior no vive aquí ya, se fue pa' Nueva Yol, ¿no te recuerdas? - Contestó exasperada.

- ¡Dije Yol! Yol, no está.- aclaró el chico.

-  Este pendejo no sabe ni hablar, ¡George!, ¡George, se dice! - rispotó sin dejar de cocinar el desayuno.

- Cómo se diga, no está. - dijo el chico acercándose a la cocina.

Preguntó por el desayuno.  La madre no le respondió mientras continuaba buscando utensilios, platos, y cocinando, pero ahora con ademanes y ruidos excesivos.  El chico ni se inmutó y se sentó en la mesita al lado de la nevera.  Myrna lo regañó por sentarse en calzoncillos y lo mandó a ponerse unos pantalones.

- ¡Ay, ma'i! - vociferó el chico antes de llegar al pasillo.

Myrna no le hizo caso.  

- Ma'i, ven acá.- insistió Quique.

La luz ya permitía ver unos pantalones en el suelo frente al sofá.  Myrna reconoció los mahones de Jorge al pasarles por encima.  Quique se había sentado en el extremo del sofá más cercano a la pared.  El chico se hundía en el viejo sofá cama y podía apoyar sus codos en sus rodillas, había entrelazado sus manos en las que apoyaba su boca, debajo de su nariz, la que respiraba de manera contundente.   Su miraba se perdía en la pared blanca, mientras que su cabeza giraba nerviosamente hacia el espacio entre el  sofá y la pared.

Myrna se acercó para encontrar a Jorge sentado en el piso, con una camiseta roja y en calzoncillos y medias, con los ojos cerrados, las rodillas apoyadas en el sofá y la boca abierta.

- ¿Se quedó ahí dormido? - pregunta Myrna;

- Es como una foto dormido. - contestó Quique.

Myrna lo miró con resignación.  Fue al baño, y se permitió el lujo de reconocerse en el espejo.  Las arrugas ya delataban su estado de ánimo que no alcanzaba contener.  Sentía el corazón latir en su pecho, era una experiencia ya recurrente pero nunca con ese dolor.  Levantó las manos por encima de su cabeza y se abalanzó enrojecida sobre una de las toallas decorativas que colgaba en la pared.  Ahogó sus sollozos contra la tela estéril  cuando escuchó el chasquido rítmico de los goznes de la puerta de entrada del apartamento.  Trató de correr hacia fuera pero no pudo.  Las piernas ni el aliento le alcanzaban.  

Ya empezaba a sudar cuando se quitó el uniforme y se puso una camisa y un pantalón que tenía separados al lado de la canasta de la ropa sucia.

Logró salir afuera, cuando Quique salía del apartamento del vecino con el rostro bañado en lágrimas y acompañado por éste.  El hombre traía un teléfono inalámbrico que le entregó a Myrna.  

- Es la policía.- le advirtió el caballero.

- Apartamento 202, Edificio 7, de Vista, ... sí ahí mismo. Se llama Jorge Montes Aquino, ... digo se llamaba ..., ¡yo no sé!- dijo antes de explotar en llanto.

Quique agarró el teléfono mientras la esposa del vecino empujó a Myrna hacia el sofá.  Quique buscó en la cartera de Myrna hasta que encontró el teléfono del supermercado.  Mientras lo marcaba Myrna se deslizó hacia el extremo del sofá.  La vecina la trató de agarrar pero Myrna se escurrió de entre sus dedos:

- Yo quiero estar al la'o de él, él vino aquí a morirse ¡bendito!-  dijo Myrna con el trino de los sollozos en su voz.

Buscaba la mano derecha que había dejado el chico libre.  La izquierda estaba atrapada entre sus rodillas y su barriga.  La posición de la cabeza y el cuello también resultaba atípica.  Apretaba la mano fría buscando alguna respuesta, como si le quedara algo al chico, convencida que si alguien lo podría extraer era ella.  Pero no respondían ni la mano, ni el chico.

La policía llegó y sacó a todo el mundo del apartamento.  Cuando entraron la camilla para llevarse el cadáver, Myrna no se pudo contener:

- Estos son los tennis - dijo mientras se avalanzaba para recogerlos, un policía la interrumpió con un ademán severo.

Quique se molestó con el oficial.  Pero Myrna le pidió que se tranquilizara.

En el residencial, el día transcurrió como de costumbre.  Los curiosos se acercaban mientras calculaban el precio de aquella muerte.  No sería mucho, Quique era un chico todavía y Junior ya se había marchado.