viernes, 18 de febrero de 2011

Todo quedó suspendido.

Ayer Julito se cayó en la escuela y Wanda me llamó durante una vista en el Tribunal para decírmelo. Pensé que exageraba, pero no, literalmente se rajó la cabeza. Así que tuve que suspender y salir del Tribunal al Hospital dónde relevaría a la madre. Cuando lo vió el médico en el hospital, de hecho Artache DLS' 89, (el segundo que ya me cose puesto que Daniela se cayó hace un mes y se rajó la frente), limpió un poco la herida y pudimos apreciar el hueso de su cráneo, inusualmente blanco. Así que lo mandó a un CT, por el que sé que me van a clavar con la factura cuando el seguro de la escuela no lo quiera cubrir, y el nene está bien (ese no es el propósito de la nota).

La cuestión es que el cirujano ad hoc se prepara para suturar la herida de tres centimetros y un cuarto de largo por uno de ancho, y empieza a levantar y a mover la piel encima del cráneo (entre auscultando y probando la solidez del primer punto que cuya aguja ya había introducido en la piel). Ví como la indumentaria del marfil se desplazaba libremente hacia arriba y hacia abajo y de lado a lado, como si el chico fuera un maniquí desmontable. No pensé que fueramos tan vulnerables él y yo. Nunca me sentí peor en mi vida. Todo quedó suspendido.

Las piernas me fallaron, se me cortó la respiración, y tuve que físicamente contenerme para no lanzar un alarido despavorido. Dije con la voz que pude :"Yo creo que lo mejor es que espere por acá". Tuve que caminar hacia el otro lado de la habitación. La caminata tomó una eternidad mientras las piernas enclenques me abandonaban queriendo sucumbir a la gravedad que las seducía. La enfermera que asistía al galeno ya había dejado de prestarle atención al chico y caminaba hacia mí con una gasita impregnada en alcoholado parcialmente dentro de su envoltura, y sobre la cual se suspendía el isopropyl. Me la brindó para calmarme.
El olor del alcoholado incialmente me calmó, y pude incorporarme del banquillo que generosamente recibió la caida libre de mi inmensidad. Empecé a desplazarme por mi lado de la habitación suspendido en una nube. Sin embargo, luego de salir del sopor me embargó una tristeza mezclada con agradecimiento y miedo. La enfermera entonces me ofreció la salida, pero como el niño no me había visto ni oido me sequé las lágrimas y me acerqué de nuevo al chico.
Luego de descartar todo lo descartable, los médicos me mandaron para la casa. Al regresar todavía me latía el corazón a mil millas por hora y llamé a la cliente para asegurarme del día y la hora de reitineración de la vista suspendida. Aunque el chico lucía y luce bien, la realidad es que me dió el susto de la pelota. La cosa más mala que he sentido en mi vida.
Todavía perdura esa emoción, y no hay alcoholado de malagueta para diluirla.

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