miércoles, 25 de mayo de 2011

Como me mata

No sabes como me mata

tu obstinada frigidez voluntaria

el látigo de tus besos bañados en plata

y el desprecio de tu lengua "argentaria"


Se apaga cansado el deseo

al sentir la brisa liviana

cambia de ruta el paseo,

prefieres la senda cotidiana


El soplido que antes era un juego

Tórrido en la intimidad

ahora es un cáncer disfrazado de apego

Temporal que aniquila mi virilidad


El soplido templado que antes refrescaba la faena

Es el siniestro maldito que ahora me envenena

lunes, 23 de mayo de 2011

Anok

Hace algún tiempo ya que formulé mi propuesta sobre la mitología católica y lo que significa para mí. No voy a repetirme porque repetirse es mofarse de uno mismo.

Sin embargo, mientras cojo de pendejos a los nenes, me doy cuenta que todo este mito es una manera de convencerlos que hagan y se abstengan de hacer ciertas cosas durante el resto del año. Me imagino al primero que se le ocurrió este chantaje, y le llamaré Anok.

Anok estaba en su casa y Anokcito estaba jodiendo, portándose mal, y fustigando las gallinas con un palito y Anok le dijo: "El Sol no te va a traer regalos el día de Solsticio de Verano si no te portas bien" (Anok y su tribu vivían en el Hemisferio Sur.) El chamaquito miró al Sol, y como no pudo quedarse mirando, no lo pudo interrogar. Así que para no arriesgarse se portó bien.

Anokcito se lo contó a sus amiguitos y así hasta que la información le llegó a Pachuk el jefe de la tribu. Allí este, que no le gusta la competencia, y menos con algo tan poderoso como el Sol dijo: "Déjame hablar con Anok", y lo visitó a su casa. Y hablaron durante diez días y diez noches, porque esos antiguos eran unos exagera'os.

Y llegaron a una serie de entendidos, primeramente, los protagonistas tenían que ser personas y no astros como el Sol, porque quién carajo va a creer que el Sol va a llegar hasta la tierra a traer regalitos. Imposible!!!!! Más fácil y creible es que un niño recién nacido visite todas las casas de la tierra y discierna, sin conocerlos, cuál fue el comportamiento de cada niño.

Bueno, luego de acordada la esencia del visitante, hay que imbuirlo de alguna especie de divinidad; y aquí fue que se jodió la cosa, porque el cuento se hizo tan inverosímil, que hubo que creerlo por fe.

Y así han seguido componiendo el cuento con toda clase de pendejadas, para que Pachuk siga siendo el jefe de la tribu, y a Anok, Anokcito no lo joda más.

Feliz Navidad, ahí os dejo ...

Los diez mandamientos según el Gran Yo.

El primer mandamiento dice: amarás a Dios sobre todas las cosas, porque a Dios no le gusta la competencia.

El segundo dice, no tomarás el nombre de Dios en vano, porque podría estar en algo serio y sacarlo de concentración y kataplum la jodiste, como pasó con lo del terremoto.

El tercero dice: Santificarás las fiestas, porque ya les dije a Dios no le gusta la competencia pero sí que lo añoñen.

El cuarto dice: honrarás a padre y madre, ahí me cogieron no sé que carajo le pasó que iba tan bien y aquí se salió totalmente del tema.

El quinto dice: no matarás. oye coño que no le gusta la competencia.

El sexto dice: no cometerás actos impuros, porque engendrarle hijos a vírgenes es un acto estrictamente divino.

El septimo dice: no robarás, porque aunque todos seamos iguales no significa que todos podamos tener las mismas cosas.

El octavo dice: no dirás falso testimonio ni mentiras, pero debo aclarar que este no le aplica a los abogados.

El noveno dice: no consentirás pensamientos ni deseos impuros, uno que constantemente me encargo de violar, con pasmosa inventiva.

Y por último el décimo dice: no codiciarás los bienes ni la mujer ajenos, porque carajo eso no es lo mismo que robar!

Un vinito y a su salud!

Frunce

Abraza en soledad y agarra aire
Vacila sin opción, guarda el vacío
Sereno que pregona para nadie
Cansancio que no llega al hastío

Llora en el caudal electrónico
Siembra de flores el redil
Objeta el movimiento tectónico
Interpreta un delirio febril.

Cierra los ojos, frunce el ceño
azabache en la oscuridad restricto
Llora en la lluvia, silba al viento
Almenara para un barco derelicto.

Quien hubiera dicho que era tan flamable el cañita.

Cuarenta años más tarde todavía me conmueven las historias de amor.

Atascado entre dimensiones, hay vida en este más acá. Divagamos, pero no tanto, apenas nos tropezamos unos con otros en el diario vivir. Los encuentros, sin embargo, siempre son cordiales.

Tengo que colarme por las ventanas, entre las cortinas disfrazado de viento. Mirar la televisión, pasearme por encima de la mesa a la hora de la comida, insinuarme en los baños a la hora del aseo, son cosas que hago. Me divierto, pero no mucho.

Ahora que se ven las películas en las casas, puedo ver varias en una noche. Con los que no puedo bregar son Jason y Freddie. Demasiado fuertes, no les llego a los tobillos.

No creo que la vida fuera ni aburrida, ni excitante. Tampoco fue monótona ni extraña. Siempre estuve en el mero medio de todo. Viajes a la playa, domingos en el sol, a las doce una cerveza para aplacar el apetito. Conocí y perdí el amor en Roma, en los brazos de un torero llamado Rufo. Mi padre fue siempre un tecnócrata empedernido, obstinado con encontrar en el trabajo rudo la respuesta a todos nuestros problemas de disciplina. A veces él formulaba reclamos escandalosos, como poder caminar una milla en tres minutos, o sacar las vacas del río aventándolas por el rabo. Aseguraba que él le recomendó a los americanos suprimir la acentuación para agilizar el lenguaje escrito. Contínuamente enviaba cartas mal escritas a la Real Academia de la Lengua para requerirles que adoptaran su modelo de eficiencia. (de más está decirles que abogó incansablemente por la abolición de la ñ).

Siempre que salía algo nuevo, él ya se lo había ingeniado. Hubiéramos sido ricos si hubiera patentizado una pequeña fracción de las cosas que aseguraba había inventado. Me acusaba a menudo de perder el tiempo. Me pedía que fuera con él para aprender a diferenciar los árboles de naranja, de los de toronja; la malanga de la yautía, el melón de la guanábana. Cosas que en verdad, jamás me interesaron.

Nunca fui cosmopolita. No cambié mi peinado, pese a odiar como me hacía lucir. A menudo me entretenía sacando la mugre de las ranuras de los muebles. Pasaba las tardes en el balcón, buscando errores ortográficos en las traducciones de las novelas de vaqueros que el tío Juan nos prestaba cuando terminaba. En misa me apoyaba en el banco de al frente. Típico de cualquier adolescente.

Nunca entendí de donde salió la pequeña fortuna que mi padre nos dejó al morir. ( Se incendió, tratando de desarrollar un método para destilar un cordial del cañita. Quería llamarle champañita. Quién hubiera dicho que podía ser flamable ...)

La realidad es que me permitió ver el mundo. Decidí ir a Roma. En una fuente se encontraba Rufo, con una camisa y un pantalón de una o dos tallas más ajustadas que la que requiere la circulación sanguínea. Llegué vestido con una chaqueta, y un pantalón pardo, no muy oscuro. No podía resistir la tentación de vestir como un actor de telenovelas para los momentos dramáticos de la vida. Además, nos habían enseñado a vestir siempre con una formalidad absurda para el trópico. Caminé todo un verano por Italia con dos o tres trajes que llevé, mojado de sudor debajo de la ropa.

Pero aquel día el atuendo confundió tanto al pobre Rufo (bueno, el traje junto a algunas copas y la obvia interrupción de la sangre que podía llegar a su cerebro), que se me acercó y me abrazó efusivamente. No lo evité, me abandoné entre sus brazos, sin abrazarlo pero sin separarlo. Tuve que retirar la cabeza para evitar el tufo que resultaba luego de una tarde de mucho vino. Cuando me soltó balbuceó unas palabras en un español que no entendí. Seguí mi camino, sin mirarle a la cara de lleno. Esquivé su mirada para ahorrarle el bochorno de comprender que se equivocó.

Me retiré incómodo y un poco asqueado por haber sentido su cuerpo contra el mío. Esas eran cosas que los hombres no podían tolerar. Sin embargo, no me molestó tanto. Al confundirse me hizo percibir el amor. Me percaté que en toda mi vida nadie me había abrazado de esa manera, como se abraza a un ser querido. Todavía me pregunto qué hubiera ocurrido si lo hubiera abrazado también.

Conmigo estaba mi madre. Ella también se percató de la indiscreción de mi espíritu. El resto de la tarde estuvo esquiva, abochornada. Nunca hablamos de Rufo, pero con mi madre, no se hablaba de casi nada. Por sus venas surcaba un cauce de arena y aluvión seco y congelado. Al morir papá se distanció de todo. Vivía entre la Iglesia, las labores domésticas, y las telenovelas. Aún no ha muerto, está hecha de palo, congelada ahora para siempre en el sosiego de la muerte de su hijo. Aquel dolor era un anticoagulante para sus venas.

Mis tendencias histriónicas me facilitaban observar con ella las tandas de novelas de la tarde, luego de la escuela. Magníficas creaciones que compartían las tres un mismo guión. Me concentraba en el esfuerzo olímpico de los actores de reparto de brindarle legitimidad a la extenuada trama. Al final, cuando me despedía de ella, me ponía el chaquetón y frente al espejo del chiforobi (chifforobe), actuaba las poses, miradas y posturas de los actores de reparto. Mi constitución flemática no permitía alardes estelares. Así construí mi portfolio de emociones cuidadosamente clasificadas, estudiadas, y depuradas.

De más esta decir que mamá fue la que me presentó a Enildaeh una chica de descendencia irlandesa, española, apostólica y romana. La enamoré rápidamente con mis ademanes Davilescos. Su padre improvisó una boda que celebramos en un restaurante en la No. 2. El sospechó que no sería la última boda que asistiera para esa hija. Estaba en lo correcto.

Cuando comenzaba terminaba muy rápido. Las rutinas de novela llegaban hasta un momento muy preliminar. La frustración era evidente para ambos. Ni las telenovelas, ni las historias de vaqueros, ni el cura me podían ayudar. La situación llegó al punto que cuando su afán se aplacó, me aterraba llegar a la casa en las tardes. El miedo de encontrarla allí me robaba el aliento. Así que reanudé la rutina de las telenovelas con mi madre. Llegaba a casa tarde, cuando ella usualmente dormía. A ella, obviamente no le molestaba.

Una tarde mi madre me sorprendió con una pregunta a flor de labios. Preguntaba que me pasaba con Eni (claro que le tenían un apodo, imagínense llamarla por semejante nombre). Le contesté con la verdad, a mi madre no le podía mentir. (Así que imagńense cuando le conté lo de Rufo, que dicho sea de paso es el nombre que se me ocurrió ponerle porque no conozco su nombre.) Me explicó que a la mujer hay que correr a atenderla. En el medio de las telenovelas ese día me dió ejemplos de las cosas que hacían los actores para asegurarse a su mujer. Ese Viernes estrené una nueva emoción, los celos.

No se sentían como Rufo, pero fueron suficientes para correr a la casa a toda prisa. Me extrañó encontrar mis pantalones del traje claro en la silla al lado de la cama. Tenía semanas sin verlos. Eran de hilo muy fino y muy costosos. Pensé que los había extraviado, pero supuse que estaban en el sastre o algo así. Cuando los puse en la percha cayeron unos billetes del bolsillo. Fue entonces que escuché un ruido muy perturbador. Se escuchaba el chasquido de la ducha a través de la puerta entreabierta y de fondo un gruñido rítmico que no lograba identificar. Me puse la chaqueta oscura, y con la cabeza un poco inclinada hacia la derecha abrí la cortina de la ducha. Ví su cabellera empapada por el agua, y superimpuesta sobre su blanca piel, entrelazada. Me pareció mas ordinaria que nunca. Lo único que alcancé a decir, maldita sea, fue : "O sea, que este pendejo era el que tenía mis pantalones."

Salí de la casa luego de agarrar los billetes que se escurrieron del bolsillo de mis pantalones claros y me dirigí al bar, mamá a esa hora ya estaba dormida. Me bebí los chavos de él y los míos. Me disponía regresar a casa resuelto a no hablar más del tema. Apenas salía del bar, un rayo de luna me atravesó los intestinos. Debí quitarme la chaqueta antes de salir de la casa.

Son las diez...

Son las diez, y me quedé solo. Recuerdo y pienso en cosas que me llenan la cabeza, y que me eluden el resto del día.

Hace un par de días recordé la Navidad. He aquí mis recuerdos, salpicados de una copita diaria que me recetó mi hermana la cirujana. Por favor recuerden que tenía solo ocho años.

Criado en un hogar independentista, católico, y culturalmente consciente, a mi casa no llegaba Santa Claus el 25 de diciembre, sino el Niñito Jesús. A quién llamaré NJ.

Los que conocemos este mito, sabemos que no está muy bien elaborado. No como el de Santa Claus, un viejo barrigón que reparte dinero, digo regalos, en un trineo. Simplemente Santa Claus es incuestionable en cuanto a diseño, no así el NJ. El gran problema, fatal, de NJ, es que no hay manera que un bebito pueda traer tantos regalos. Simplemente, no tiene trineo. Los burros y vacas del pesebre eran prestados, y San José era carpintero. Pero cuando chico tenía que explicar cómo lo hacía, porque papá y mamá eran poco menos que infalibles (facultad exclusivamente papal). El NJ era, definitivamente, el que traía ese único regalo del 25 de diciembre, que teníamos que compartir mis hermanas y yo.

NJ creció, según la Biblia. Tuvo doce años, pubertad, y trabajó como carpintero. Luego a los 30 años; y ya como Jesucristo, a quién llamaré JC, se fue a predicar lo que hoy conocemos como los Evangelios.

Esos libros cuentan la vida de JC, quién ya no era NJ, y resulta que a JC lo mataron, resucitó entre los muertos y ascendió en cuerpo y alma al cielo, junto a su Padre que resultó ser Dios y no José. (No estoy diciendo que esto último sea verdad, o que estén de acuerdo conmigo, pero soy católico y así es que me enseñaron el asunto.)

He aquí el problema menos fundamental (o sea la controversia es cómo NJ repartía regalos). Si NJ se convirtió en JC, entonces no podía entregar los regalos como un bebé, porque murió a los 33, creo y ascendió en cuerpo y alma al cielo. Cuando se fue en cuerpo y alma al cielo, ya era un adulto. Imposible que fuera un bebé el que repartía los regalos, a los sumo era JC, el adulto.

¿Pero cómo lo lograba? JC no tenía trineo, y tampoco era un bebito. (POR FAVOR RECUERDEN QUE TAN SOLO TENIA OCHO AÑOS)

Ahora, recuerden dos cosas. JC resucitó de entre los muertos. Esto fue para mí una gran pista, porque tan solo los vampiros y los zombies resucitaban de entre los muertos. No existe evidencia de que JC atacara a la gente para devorar sus cerebros. Así que era un vampiro.

Pero un medio vampiro. JC no atacó a nadie (así que no se convirtió full), y pudo caminar durante el día, (recuerden la calzada de Emaus). (Además, con el milagro del agua, podía fácilmente convertirla en sangre para sustentarse).

Pero, ¿quién lo convirtió?

Bueno, el diablo lo visitó dos veces, diz que para tentarlo. En el desierto, durante los treinta días, y en el Huerto de Getsemaní. Allí fue que ocurrió. Ese encuentro ocurrió horas antes de su muerte, pero al menos 20 horas antes, suficiente tiempo para la conversión, y muy poco tiempo para que se percataran todos de la mordida.

Los romanos se percataron de ello, no obstante. Treinta y nueve (39) latigazos de uno de esos pichoncitos romanos son suficientes para matar a cualquiera. Pero JC no se murió, mmmh interrogante. Pilatos se lo envió a los fariseos, porque sabía que matarlo sería imposible. A los romanos no les gustaba perder. (Nunca me creí el cuentito de que Pilatos no quería en sus manos la sangre de un inocente. Los romanos se limpiaban a cualquiera por cosas más veredes. Una multitud pidendo la crucifixión hubiera sido un banquete para un cerdo como él.)

Bueno, los romanos condujeron la crucifixión de todos modos, según el reclamo de los fariseos y en lugar de amarrarlo a la cruz, ya que hubiera roto las amarras con su fuerza vampiresca, los clavaron a la misma. Varios incidentes ocurren, pero al final lo tratan de ultimar con una lanza en su costado. Trataron de atravesarle el corazón pero no llegó el soldado.

JC resucita tres días más tarde de entre los muertos. Sin embargo sus heridas sanan, y recurren a voluntad. - i.e. Calzada de Emaus ( no heridas, el mismo día de la resurrección) but C.F. Se le presentó a Santo Tomás, el incrédulo, y lo obligó a meter sus manos en las llagas y heridas para comprobar que era JC un par de días más tarde, ... I know, kinda' creepy!- En las apariciones pre-Pentecostés JC aparece intermitentemente mostrando sus heridas y en otras escondiéndolas.

Y la gran pregunta sería qué ganaba el diablo con convertirlo a un vampiro. Bueno, recuerden que JC tenía que morir por nuestros pecados. El diablo quería evitarlo, y pensó que lo lograría convirtiéndolo en un vampiro, que por definición es una criatura que no puede morir salvo en circunstancias particulares. Sin embargo JC murió extenuado y desangrado, antes de completarse la conversión. Cuando resucita por obra y gracia del Espíritu Santo, a su cuerpo antiguo (que Nicodemos y José de Arimatea habían preservado), resucita y termina la conversión.

Ahora, recuerden que un vampiro se transfigura a voluntad. Y así es que lo hace, se transfigura en NJ, y se materializaba con los regalos en las casas, en todas simultáneamente, con el poder de la omnipresencia.

Espero que me perdonen, este tipo de cosas surgían de mi cabeza constantemente cuando niño y de vez en cuando resurgen. A Dios y a JC, bueno, ya ellos lo sabían. Pero, ... ¿por qué escribirlo ahora? Bueno,... bienvenidos a la negligencia de mi conciencia.

En 1984, le formulé estas interrogantes al Hermano Abelardo, quién me quitó 39 vales.

El retraso

Se despertó en su cuarto sencillo e iluminado, y detuvo el redoble electrónico que marcaba las seis. Dejó la alcoba atrás para lavarse la boca y comenzar su rutina diaria de ejercicios. Estiramiento, respiraciones, relajamiento, y alguno que otro ejercicio fácil. Todos complementos de una vanidad harapienta, muy moderna y estilizada. Terminó con un leve sudor sobre la piel, completamente incidental. Se desnudó cautelosamente, como si le miraran. Luego de bañarse se vistió ligeramente y casual, atendió fielmente la usual ceremonia de dirigirse a su trabajo.

Se llevó una taza de café en la mano. Sin azúcar y sin leche. No lo olía, sin embargo, el líquido reflejaba los orificios de sus narices cuando lo pegaba a su boca. Tenia la manía de mirar hacia abajo mientras se acercaba el café, allí estaban sus ojos negros y en el techo el abanico apagado, pues aún no hacía calor. Veía un mundo invertido en el reflejo del café. Mientras se divertía, de momento, se retrasó.

Le gustaba subirse al tren. Le atraían los espacios abiertos. Las estaciones pintadas de blanco y negro, además de todo el gris intermedio, le resultaban particularmente estilizadas y agradables. Todo era neutro y dentro del tren, se sentía bien, siempre se sentaba en el mismo lugar del primer vagón. Si tenia opciones, en una silla desde la cual podía estirar las menudas piernas, calzadas con los medianos zapatos y los pantalones kaki. Siempre vestía con un atuendo similar, loafers y una polo de cualquier color, no quería decidir qué colores combinar. No experimentaba rutas, atajos, ni procesos mas eficientes. Repetía la misma rutina desde siempre, incorporar el tren fue sencillo.

Leía "Dungeons and Dragons". No leía novelas que no fueran de ciencia ficción. La realidad, con sus sentimientos y sus emociones le parecía aburrida y repetitiva. Siempre leía pocas páginas por vez, y nunca mas de un capítulo por sentada. Luego, imaginaba sentimientos, emociones, pasiones, y preocupaciones distintas para los personajes, para la trama. Pero solo distintas, nada del otro mundo. Cuando coincidía con el autor, se cuestionaba afanosamente si eran amigos de la infancia, almas gemelas, si había alguna conexión entre ellos. Le pesaba en la vergüenza su pretensión y la justificaba para sí con argumentos igual de vanos. Sin embargo, mas de una vez inventó pasajes completos y hasta reescribió el final de una conocida novela. El autor tiene que ver muy poco en su interpretación del escrito, salvo que se diera la antedicha coincidencia.

Ese día, nunca levantó la vista del papel. En sus ojos se asomaba el coraje y la frustración. No miraba hacia afuera y tampoco miraba a sus compañeros de vagón. Odiaba los recovecos del mundo, sus calles y sus personas. Prefería un mundo imaginario de espacios abiertos, inmensos y sin ruido. Espacios, blancos y negros, y grises. El color suponía una carga que su mente no quería analizar, y menos ese día. Quería guardar su energía mental para pensar sobre su mundo simple e invertido.

Pero ese día se retrasó. Casi siempre viajaba en el tren en horas tempranas en la mañana y tarde en la noche. A esas horas, el tren viajaba vacío. Las personas afeaban las lineas perfectas del vagón, modulaban su sonido hueco y monótono, y presionaban la máquina con su peso hacia las vías. Estaba seguro que el tren se movía más rápido, y más puramente cuando estaba más vacío.

La frustración de su experiencia servía para exacerbar su ánimo decaido y desaliñado. No esperaba encontrar aquel espectáculo. Tanta violencia, y tanta sangre le habían desconcertado. Le tomó buena parte de la mañana limpiar su terraza. El olor y el color de la sangre desentonaban con los colores pasteles y neutrales del entorno. Los restos de las distintas partes del cuerpo estaban amorfos y carecían de las suculentas líneas de sus muebles de diseñador. Eran pequeñas, diminutas, pero de mal gusto. En fin, había augurado mal la conducta de una felina esterilizada.

Un Comentario Pendiente

La madre tenía que explicarle que ya no era verdad, ya no es cierto que solo los pervertidos la mirarían. Seguía siendo una niña en el cuerpo de una mujer.

Salió apresurada del tren. Con la urgencia de evitar que las puertas le cerraran el paso a la estación. Era un miedo intuitivo, nunca lo había presenciado, pero estaba segura que en algún momento alguien perdió el paso a la estación de destino. Se imaginó la vergüenza personal e íntima del que le sucediera. No le podía pasar a ella.

La chica la siguió, arrastrada por una fuerza invisible. Una vez dentro de la estación la chica recordó el incidente, mientras le preguntaba a su madre:

¿Qué le pasaba a ese? -

Te estaba mirando … - contestó la madre sin resentimientos.

¡Ay mira, fó! – la interrumpió la chica haciendo alarde de inmadurez.

La madre sonrió soslayadamente. Pero la niña frustró la celebración con su amenaza: - “No te rías” – le increpó.

Ya no eres una niña, tienes tu cuerpecito, y los hombres te van a mirar. No tienes porqué enojarte. Todo es cuestión, de irte acostumbrando. Si te picas, te chavaste. ¿Sabes por qué?, porque van a pensar que estás reciprocando, que estás riéndole el chiste. Tienes que mantenerte firme, y si puedes hacer un gesto de desdén mirando hacia otro lado. - Le aconsejó mientras caminaban a su casa.

Pero es que me enfogono – contestó la chica en tono tedioso, de fastidio.

Si, pero es que ya no vas a tenerme ahí siempre para espantarlos. - Apuntó la madre.

Tienes que manejarlos tu solita porque si no se te trepan.- añadió enérgicamente, luego de una pausa. Luego irrumpió en la advertencia de rigor.

Ahora vas para esa escuela que queda más lejos, y yo no te puedo carretear para atrás y para a’lante como antes. Sabes que allí los muchachos son el diablo, y muchas de las nenas se dejan. Tienes que estar pendiente para que no te engatusen.-

Su monólogo es en vano. La niña comparte su propia habilidad de eludir los temas que no quiere manejar. El patrón, de miradas lejanas se lo dice todo. La chica ha andado más que lo que demuestran sus desmanes usuales. Se había hecho la ilusión de que la dentadura imperfecta, la quijada adelantada y el carácter inconcluso de alguna manera dispensarían a la chica de la vorágine masculina.

Salieron de la estación y caminaron en silencio. Avanzaron rápidamente por las aceras. Comentaban cada escena, especulando el propósito de lo que estaban construyendo y el uso de lo construido. Las aceras encintan el asfalto recién vertido y el pavimento era transitado por un millón de automóviles. Los niños no pueden jugar en las aceras, ni en las calles.

Tampoco pueden jugar en los parques. A lo lejos se ve uno, un gran manto verde inundable. El predio, está surcado de gomas de los vehículos que utilizan para podarlo. Resulta imposible jugar allí, todo el terreno está saturado. Lo cruzan varias planchas y aceras de cemento, que ofrecen muy poco espacio.

Llegaron a la casa, cansadas y un poco sudadas. El frío de la mañana había sido reemplazado por un calor de mediodía que mezclado con la humedad probó ser un adversario demasiado apto para la pareja. En la marquesina descansa inamovible un automóvil impecable. Está guardado por un portón de rejas. La casa se sienta a dos metros y medio detrás de una verja de cemento y rejas. Está pintada de blanco. Llegan hasta el portón y lo abren, la casa no tiene puerta de entrada. Se entra por un portón que guarda el balcón que en el fondo esconde una puerta perpendicular a la fachada.

Desde afuera se ven el comedor, el mostrador, y la cocina. La sala queda en el mismo espacio, pero fuera de vista. Pero no importa, tienen un juego de muebles de sala, uno de comedor, uno en el balcón, y hasta unos taburetes apostados frente al mostrador. Por el lado de la cocina se avista un pasillo. El pasillo está flanqueado por puertas a diestra y siniestra. Son closets, dormitorios y un baño.

Entran y atraviesan el laberinto de muebles. En el mostrador quedan las llaves, una bolsa con algunas compras, y varios papeles que la chica traía en sus manos. La madre se dirige hacia el final del pasillo, dónde ubica el astillero clausurado de sus amores náufragos.

La chica entra en unos de los dormitorios laterales. Es un dormitorio sencillo, una cama pequeña con un gavetero y un espejo. Se aleja de las ventanas. Se despoja rápidamente de los zapatos y las medias. Se suelta el rabo y se amarra el pelo nuevamente con una banda, menos firme. Se desnuda temporeramente, se quita la camisa de botones, el pantalón, y los brasieles. Ya ha sacado una camisa y un pantalón corto. De momento entra su madre de sopetón. La chica desconcertada esconde su desnudez. No hablan, aunque las dos se miran.

¿Qué quieres de comer? –; pregunta la madre desde el umbral.

Nada -; miente la chica mientras se vuelve a toda prisa a tomar la camisa.

Estoy pensando freír pollo, con papas o tostones. – dice la madre escudriñando a la chica que ya se ha puesto el pantalón.

Entonces, no, yo hago el arroz y las habichuelas, tengo ganas de hacerlas como me enseñó abuela. – Interrumpió la niña avanzando hacia la madre.

La chica elude la irrupción intencional. No pelea, como lo haría siempre, porque su madre entrara sin anunciarse. La madre esperaba la queja, nuevamente; la chica había cambiado el tema. La chica se adelanta a la cocina resuelta a no hablar más. La madre la sigue con una sonrisa a medias nuevamente clavada en la boca.

Luego culmina el ocio. Sacan los utensilios e improvisan la comida. Sencilla y sin pretensiones, puesto que ya no existen entre ellas mayores requerimientos culinarios. Se ayudan en una coreografía sin ensayo mientras hablan de pequeñeces. Al final no queda claro quién ha cocinado el plato a consumir. Ciertamente, no han freído pollo, hervido arroz, ni guisado habichuelas.

La chica se sienta a comer en los taburetes del mostrador. La madre se queda parada, a un lado del fregadero. Cuando la tiene de frente la atraviesa de un vistazo. Entonces recuerdan ambas, la madre ha dejado un comentario pendiente.

Quisiera decirte.

Quisiera decirte que tu mera sonrisa
me agota, me acaba, me roba el aliento.
Que soy el que te escucha y y no se avisa ,
que habla en miradas y cuando escuchas, te miento.

Quisiera decirte que entre pétalos de incienso
que al calentarse disimulan el ardor,
un cirio se consume en silencio
llama muerta centelleando sin fulgor

Y en el ocaso, no esperaré tu piedad.
Aceptaré ser cosa de ocio,
que el placer se trate como un negocio,
para remediar un instante de soledad.

Quisiera decirte que al dormir la oscuridad brilla
y arribas en brazos de Morfeo.
Quisiera pedirte que saturemos de nieve la arcilla
y juntos esculpamos el Deseo.

Y yo solo soñando contigo.

Tú quizás un alba o un ocaso una tragedia sin villano.
exhalando un vapor con el que me fatigo.
Tú quizás desplegada en este tedio cotidiano,
y yo solo soñando contigo.

Tú quizás Princesa enamorada y plena, en antros palaciegos.
Calor o frío ansías solo su abrigo.
Nada vedado,todo perfecto, no hay entrelíneas en tu sociego
y yo, solo, soñando contigo.

Tú quizás senil por el paso implacable del tiempo juntos.
Tanto que no distingues entre amante y amigo
Y el amor es un paseo de días feriados y climas barruntos
y yo, solo soñando contigo.

Tú quizás indiferente, inconclusa, ante innecesarias cosas,
tanto que revelartelo sería un castigo
Tú quizás esperándome tendida en una cama de rosas,
y yo solo soñando contigo.

La opinión de un extraño ...

Llovía tímidamente cuando se disponía a tomar el tren. Cruzó el pavimento mojado sin mayores inconvenientes, arrastrando sus prejuicios en una balija hasta la salida del estacionamiento. La calle olía a mojada, y el polvo depositado en las alcantarillas se había convertido en un babote insalvable. No lo pisa, pero las ruedas de su maletín dejan dos surcos en aquella masa. Miró para cerciorarse que ninguna otra parte se ensuciara de fango. La llovizna continuaba imperturbada, tímida, callada. Se escuchaba todo, el viento silbando entre los automóviles, sus motores funcionando, y en la altura, el tren rugiendo mientras se acercaba a la estación. Lo notó todo, como de costumbre.

En la estación montó el tren rápidamente, para reclamar una silla lateral. Así ocupaba cuatro sillas entre las que podía esparcirse a sus anchas durante los veinte minutos que dura el trayecto hasta la oficina. Miró hacia afuera, había dejado de llover. Llegó un caballero en sus cuarenta. Tenía el pelo mal cuidadoy amorfo, pero limpio; ciertamente nadie le molestaba por el aspecto de su cabello. Tampoco el de su ropa. Era mediano, y vestía totalmente sobrio, estandar. No lo juzgó más.

El tren partió y dejó atrás la primera estación. Arribó a la segunda, unos cuantos pasos adelante. Allí abordaron una muchacha y su madre. La primera era atlética, cuerpo delgado, y se desplazaba agilmente. Estaba en las postrimerías de su adolescencia. Vestía unos Crocs, unos mahones Capri y un grueso abrigo. (Entonces él se percató de que hacía frío. Casi nunca se percata del frío.) La chica tenía el pelo recogido en un rabo. Le caía constantemente en la cara. Era una chica horrible. Frente pronunciada y elevada, labios pequeños, el labio superior estaba un tanto deforme, la quijada adelantada, y tenía mechones de pelo pintados de un rojo imposible.

Tenía los ojos redondos, cristalinos, inquisitivos. Tuvo que mirarlos varias veces. No podía evitar mirarlos, llenaban todo el vagón. De pronto, sus ojos detectaron el polizón y lo miraron de vuelta. El tuvo que mirar hacia otro lado, se sintió incómodo. No quería que aquella muchacha pensara que era un enfermo. Pero no pudo dejar de volver a mirar, era como aguantar la respiración. -"¿Por qué estás tan feliz?" -; se preguntó. Cuando miró, la chica tenía sus clavados en él, mientras gritaban - "¿qué te pasa? " -. El miró a lo lejos y luego hacia abajo. Miró hacia el lado, el espantapájaros no le ofreció ningún consuelo, ninguna respuesta.

Cuando miró hacia el frente nuevamente, ya ella lo había dejado de mirar. Su madre tenía un teléfono celular. Con el celular le tomaba fotos a la chica, mientras ella modelaba. Era todo un juego. La madre se reía mientras lo miraba de reojo. Obviamente la chica se había quejado y la madre la estaba embromando.

- "¡Mierda!, están hablando de mí."- Pensó.

Escudriñó el juego de aquellos dos seres. - "¿Para qué quieren esas fotos?" - El se aborchonó de su pregunta, pero no más que de su propia respuesta. Cínico y perverso; respiró.

Continuó el viaje sin dejar de cuestionarse ¿porqué las fotos, porqué es tan fea, porqué me parecen tan peculiares los ojos? ¿Qué va a hacer con su vida, qué va a estudiar, tendrá novio? Se lleva bien con su madre, ¿será un espectáculo? ¿Qué verá ahora en el celular?

Dos estaciones más tarde abordó una niña con su madre. Se notaba que apenas aprendía a hablar. Repetía los nombres de las estaciones que reproducían los altavoces - " 'artine 'adal; las lomas, 'an francisco, ... " -. - "Acaba de aprender a hablar" - pensó él mientras paseaba la vista por el vagón. No podía dejar de observar.

Se topo de nuevo con el adefesio. Su mamá le hacía alguna historia pícara, porque reían. Su risa con antifaz se unió a sus ojos para iluminar todo el vagón. Alcanzó entonces a ver que la chica no tenía los dientes incisivos. - "Pobre" - se lamentó. Empezó a imaginar porqué aquella chica no tenía los dientes. Quizás era el resultado de una deformidad congénita, tenía unos rasgos distintivos.

Otra joven abordó perdida y desorientada. Tenía la cara tajeada y varios moretones. Abordó el tren en San Francisco. Nadie la miró. Imaginó entonces dónde se había caido, que quizás era el resultado de algún trance previo.

La chica y su madre se apearon del tren en Centro Médico

Entonces lo deslumbró el resplandor intenso de la valija que venía arrastrando desde el estacionamiento. Había ocurrido nuevamente, se le habían quedado encedidos. Paseó la vista de nuevo por el vagón, y confirmó la identidad de aquel hombre, cuando sacó y comenzó a leer una revista. Pero cuidado, no leía Vanidades, era "Dungeons and Dragons". El nunca había leido ninguna edición, supuso que tal vez debería leerla.

Imaginó salir de la estación, despojarse de su atuendo, y zambullir la cabeza en una paila de pintura amarilla, de tránsito, para teñir su pelo hirsuto y desaliñado. Desplomarse entonces en el concreto y perpetuarse lentamente; ser una masa gelatinosa, apestosa, amarilla, baldía y desnuda. Pero entonces recordó el pavimento mojado en sus pies; la áspera caricia del concreto, el dolor que da en las canillas el sentarse en cuclillas, y la represión de su desnudez; desistió un instante más tarde.

- "Piñero" - lo interrumpe el tren. Sale despavorido hacia la oficina.

Al salir del vagón no le dice nada a nadie, ¿qué más da la opinión de un extraño?

Donde Yace lo que Siempre quise Ser...

En casa cuatro flores me enseñan a amar.
Resuelven a su favor todos mis conflictos.
Contra la razón prevalecen invictos
Ahogan mi rebeldía, como el sol en el mar.

Mi empeño se atavia de resignación
Concurre con la urgencia de un reclamo
Se somete sumiso como la bestia al amo
Sin remordimientos, ni esperar redención.

A cambio el destino me deja un sitio
Donde se mezclan él, el hoy, y el ayer
Donde escapo del amor, y el desquicio

Vive en una esquina mi ajuar y mi plantel
En otra el archivo de mi compromiso
Y hay otra donde yace lo que siempre quise ser ...