lunes, 23 de mayo de 2011

El retraso

Se despertó en su cuarto sencillo e iluminado, y detuvo el redoble electrónico que marcaba las seis. Dejó la alcoba atrás para lavarse la boca y comenzar su rutina diaria de ejercicios. Estiramiento, respiraciones, relajamiento, y alguno que otro ejercicio fácil. Todos complementos de una vanidad harapienta, muy moderna y estilizada. Terminó con un leve sudor sobre la piel, completamente incidental. Se desnudó cautelosamente, como si le miraran. Luego de bañarse se vistió ligeramente y casual, atendió fielmente la usual ceremonia de dirigirse a su trabajo.

Se llevó una taza de café en la mano. Sin azúcar y sin leche. No lo olía, sin embargo, el líquido reflejaba los orificios de sus narices cuando lo pegaba a su boca. Tenia la manía de mirar hacia abajo mientras se acercaba el café, allí estaban sus ojos negros y en el techo el abanico apagado, pues aún no hacía calor. Veía un mundo invertido en el reflejo del café. Mientras se divertía, de momento, se retrasó.

Le gustaba subirse al tren. Le atraían los espacios abiertos. Las estaciones pintadas de blanco y negro, además de todo el gris intermedio, le resultaban particularmente estilizadas y agradables. Todo era neutro y dentro del tren, se sentía bien, siempre se sentaba en el mismo lugar del primer vagón. Si tenia opciones, en una silla desde la cual podía estirar las menudas piernas, calzadas con los medianos zapatos y los pantalones kaki. Siempre vestía con un atuendo similar, loafers y una polo de cualquier color, no quería decidir qué colores combinar. No experimentaba rutas, atajos, ni procesos mas eficientes. Repetía la misma rutina desde siempre, incorporar el tren fue sencillo.

Leía "Dungeons and Dragons". No leía novelas que no fueran de ciencia ficción. La realidad, con sus sentimientos y sus emociones le parecía aburrida y repetitiva. Siempre leía pocas páginas por vez, y nunca mas de un capítulo por sentada. Luego, imaginaba sentimientos, emociones, pasiones, y preocupaciones distintas para los personajes, para la trama. Pero solo distintas, nada del otro mundo. Cuando coincidía con el autor, se cuestionaba afanosamente si eran amigos de la infancia, almas gemelas, si había alguna conexión entre ellos. Le pesaba en la vergüenza su pretensión y la justificaba para sí con argumentos igual de vanos. Sin embargo, mas de una vez inventó pasajes completos y hasta reescribió el final de una conocida novela. El autor tiene que ver muy poco en su interpretación del escrito, salvo que se diera la antedicha coincidencia.

Ese día, nunca levantó la vista del papel. En sus ojos se asomaba el coraje y la frustración. No miraba hacia afuera y tampoco miraba a sus compañeros de vagón. Odiaba los recovecos del mundo, sus calles y sus personas. Prefería un mundo imaginario de espacios abiertos, inmensos y sin ruido. Espacios, blancos y negros, y grises. El color suponía una carga que su mente no quería analizar, y menos ese día. Quería guardar su energía mental para pensar sobre su mundo simple e invertido.

Pero ese día se retrasó. Casi siempre viajaba en el tren en horas tempranas en la mañana y tarde en la noche. A esas horas, el tren viajaba vacío. Las personas afeaban las lineas perfectas del vagón, modulaban su sonido hueco y monótono, y presionaban la máquina con su peso hacia las vías. Estaba seguro que el tren se movía más rápido, y más puramente cuando estaba más vacío.

La frustración de su experiencia servía para exacerbar su ánimo decaido y desaliñado. No esperaba encontrar aquel espectáculo. Tanta violencia, y tanta sangre le habían desconcertado. Le tomó buena parte de la mañana limpiar su terraza. El olor y el color de la sangre desentonaban con los colores pasteles y neutrales del entorno. Los restos de las distintas partes del cuerpo estaban amorfos y carecían de las suculentas líneas de sus muebles de diseñador. Eran pequeñas, diminutas, pero de mal gusto. En fin, había augurado mal la conducta de una felina esterilizada.

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